Una de mis películas favoritas es Minority Report. Se estrenó hace más de veinte años y está más de actualidad que nunca por aquellas cosas que veíamos como fantasías y que, ahora, son realidades. En su día, le dediqué un artículo a este película que dejo enlazado aquí.
Una de las escenas más conmovedoras es aquella en la que el protagonista (John Anderton) llega a casa y se sienta a ver un holograma de su hijo desaparecido.
Gracias a la inteligencia artificial y a la tecnología deepfake se pueden crear avatares virtuales con los que interactuar a partir de la huella digital y los recuerdos de una persona fallecida.
Los psicólogos afirman que no debemos reprimir el dolor, de lo contrario el sufrimiento se puede enquistar. En un intento por minimizar el dolor, hay personas que evitan recordar a ese ser querido, hasta el límite de eliminar todo recuerdo de la persona fallecida. Otras hablan de esa persona como si estuviera viva, pero lejos. No resulta fácil gestionar el duelo y no somos quién para criticar a nadie.
Conclusión
El uso de la tecnología no es inocuo. Pensemos que existe el riesgo de que un fantasma virtual pueda dar malos consejos a alguien que está de luto, por ejemplo, inducirle al suicidio para estar juntos para siempre. Una persona que no ha superado el duelo puede estar especialmente sensible y no razonar con claridad.
Tampoco parece aceptable escudriñar en la huella digital de una persona fallecida para entrenar a los algoritmos y crear un avatar cuya personalidad no tiene porqué coincidir, necesariamente, con la de la persona fallecida.
Se plantean muchos dilemas: ¿hasta qué punto es admisible emplear la información personal de una persona fallecida para mantenerla viva a través de un holograma? ¿es ético entrenar a los algoritmos con información íntima de la persona fallecida? ¿tiene la persona fallecida derecho al olvido? ¿el avatar virtual tiene fecha de caducidad?