Los ciberataques contra infraestructuras críticas representan uno de los mayores riesgos para la seguridad nacional y global. Un ejemplo de cierto calado ocurrió en abril de 2025 en la presa de Bremanger (Noruega), donde los hackers tomaron el control remoto de una compuerta, liberando 500 litros de agua por segundo durante cuatro horas antes de que se detectara y detuviera el incidente. La inteligencia noruega y británica atribuyeron el ataque a una campaña de sabotaje rusa destinada a intimidar a países europeos, aunque Moscú negó las acusaciones. Afortunadamente, no hubo víctimas ni daños estructurales graves, pero el incidente subraya la vulnerabilidad de ciertas infraestructuras y la estrategia híbrida de guerra cibernética empleada por actores estatales.
Otro incidente grave ocurrió en mayo de 2021. El grupo de hackers DarkSide lanzó un ataque de ransomware contra Colonial Pipeline, el mayor oleoducto de Estados Unidos, que suministra alrededor del 45 % del combustible consumido en la costa este. La compañía confirmó el ciberataque al día siguiente y, para contener la amenaza, desconectó varios sistemas, lo que provocó escasez de combustible y un impacto económico significativo en la región.
En Estados Unidos, Salt Typhoon, un grupo de hackers ligado al gobierno chino, ejecutó un ataque masivo contra redes de telecomunicaciones en más de 80 países, entre ellos, Estados Unidos. Se vieron afectados gigantes como AT&T, Verizon y T-Mobile. Los atacantes accedieron a infraestructuras clave, permitiendo la interceptación y robo de comunicaciones sensibles, incluyendo datos de candidatos presidenciales y funcionarios públicos. Esta brecha, considerada una de las mayores en la historia de la inteligencia estadounidense, demuestra cómo el espionaje cibernético puede erosionar la privacidad y la seguridad nacional a escala global.
Otro ciberataque extremadamente peligroso fue el del malware TRITON en 2017, que comprometió los sistemas de seguridad de una planta petroquímica en Arabia Saudita. Atribuido a actores patrocinados por un estado (posiblemente Rusia o Irán, según diversas fuentes), este malware estaba diseñado para manipular sistemas de control industrial (ICS) y desactivar mecanismos de seguridad que previenen accidentes catastróficos. El ciberataque fue detectado gracias a un error en el código del malware, que activó una alerta y permitió a los operadores intervenir a tiempo.
Ante estas amenazas, agencias como CISA, NSA y FBI han emitido directrices para reforzar la seguridad. Aquí un resumen de las más destacadas:
- Segmentación de redes en segmentos aislados para dificultar que un atacante acceda a sistemas críticos tras una intrusión inicial.
- Políticas de «privilegio mínimo» para reducir el riesgo de accesos no autorizados.
- Vigilancia continua y en tiempo real para detectar movimientos laterales de intrusos e identificar actividades sospechosas antes de que escalen.
- Capacitación y concienciación del personal mediante programas regulares de formación sobre phishing, ingeniería social y mejores prácticas de ciberseguridad.
- Planes de respuesta a incidentes, con simulacros regulares y pruebas de recuperación.
Conclusión
En la era digital, las formas de desestabilizar gobiernos o países enteros ya no se limitan a ataques físicos.
Los ciberataques se han convertido en un arma efectiva, sigilosa y de bajo costo, capaz de generar caos sin dejar huellas visibles.
Si quieren ampliar la información, les dejo enlazado aquí un artículo anterior sobre ciberguerra y protección de datos.
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