Se habla mucho de las bondades de la inteligencia artificial. No tanto del lado oscuro, de las cloacas.
La inteligencia artificial no es innata, como la de los seres humanos, por eso es artificial, es decir, los algoritmos tienen que ser entrenados y para entrenarlos se necesita un ingente número de personas repartidas a lo largo del mundo que etiquetan y clasifican millones de datos. Esos trabajadores, que son conocidos como «etiquetadores de datos» (data labelers, en inglés) reciben bajos sueldos y, en la mayoría de los casos, carecen de derechos laborales.
Pongamos que queremos entrenar un algoritmo para promocionar y vender productos de moda en función de las preferencias y gustos de los usuarios de un sitio web, por ejemplo, queremos venderles bolsos. Los bolsos no son todos iguales, es decir, hay bolsos de mano, bolsos shopper, bandoleras, riñoneras… pues bien, los algoritmos no saben distinguir unos de otros, para los algoritmos todos son bolsos. Para clasificarlos, y así distinguir unos de otros, se necesita un humano que etiquete los bolsos en función de sus características.
La tarea del etiquetador es sencilla, pero indispensable para el desarrollo de la inteligencia artificial. En el mundillo tecnológico, este trabajo se conoce con el eufemismo de «enriquecimiento de datos».
Es un trabajo mal pagado, que sólo es rentable invirtiendo muchas horas al día y a pleno rendimiento. La mano de obra se busca, fundamentalmente, en países centroafricanos y latinoamericanos, si bien no es exclusivo de países en vías de desarrollo, pues hay etiquetadores de datos en Estados Unidos, Alemania, Francia, España…, pero todos comparten un elemento común: el bajo coste. En Finlandia se recluta, incluso, a los presos con la consigna de programas de reeducación, si bien la realidad es que éstos son mano de obra barata.
Los precios varían según el país y la productividad del trabajador. La media en Estados Unidos ronda los 7 $/hora, en Malasia los 3 $/hora, en Venezuela menos de 1 $/hora y en países centroafricanos mucho menos. En España se encuentran ofertas por 10,00 €/hora, eso sí, en muchos casos, el ordenador con conexión a Internet lo pone el trabajador.
Una investigación de la revista TIME reveló que muchos de los etiquetadores de datos que fueron subcontratados por OpenAI para entrenar al famoso ChatGPT recibieron sueldos que oscilaron entre 1,32 y 2 $/hora. La mayoría de etiquetadores estaban en Kenia (África).
No todo lo que se etiqueta son mercancías, como los bolsos de los que hablamos. Hay cosas mucho menos agradables de ver, como escenas siniestras, perversas y de violencia extrema que, sin duda alguna, pueden afectar a la salud mental del trabajador. No olvidemos que parte de su labor consiste en filtrar todo aquello que no debe estar en Internet.
Llegará el día en que los algoritmos sepan distinguir por sí mismos unas cosas de otras, de forma que no sea necesario reclutar a millones de etiquetadores. Y si los necesiten ya los buscarán en países con mano de obra barata. Negocio redondo cuando el valor de su trabajo se multiplica exponencialmente.