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JAVIER CASAL TAVASCI

Instamamis

Como pueden deducir, el término «instamamis» deriva de la red social Instagram. También se asocia al fenómeno «kidfluencers».

Para entender el alcance de dicho fenómeno, les recomiendo vean el documental «Niños influyentes: Pocas reglas, mucho dinero».

Los «instamamis» son aquellos progenitores que, sin ser personajes públicos, tienen cuentas con un perfil abierto al público en sus redes sociales –fundamentalmente en Instagram, Facebook y Youtube– en las que cuelgan, casi a diario, imágenes y vídeos de sus hijos, exponiéndoles en Internet, mientras realizan actividades rutinarias. Muchas de esas cuentas tienen miles, sino millones de seguidores, lo que se traduce en cuantiosos ingresos, llegando a convertirse, en muchos casos, en la principal fuente de ingresos de la familia.

Siempre ha habido menores trabajando de actores o como modelos, principalmente, de fotografía. De dichas actividades se derivan ingresos para los progenitores, pero el fenómeno que nos ocupa implica exponer a los menores a la mirada de extraños, desde su más tierna infancia, de forma que no quede ninguna esfera de su vida que no esté expuesta al público.

No estamos ante una difusión voluntaria y consciente de la intimidad por parte de su titular, o sea, el menor, sino ante una difusión ajena de la intimidad en su integridad que, además, es indiscriminada, continua y reiterada, lo cual roza los delitos tipificados en los artículos 173 del Código Penal (delitos contra la integridad moral) y 197 del Código Penal (delitos contra la intimidad y el derecho a la propia imagen).

En los casos de conductas delictivas, el Ministerio Fiscal puede actuar de oficio, a instancia del menor o de cualquier persona interesada, física o jurídica, o entidad pública en defensa de los intereses de los menores, de acuerdo a lo dispuesto en el artículo 4.4 de la Ley Orgánica 1/1996, de Protección Jurídica del Menor y en la Instrucción 2/2006, de 15 de marzo, sobre el Fiscal y la protección del derecho al honor, intimidad y propia imagen de los menores.

De la fama al infierno

Si les nombro a Jake Lloyd seguramente no sepan de quien les hablo, pero si les muestro una foto suya seguro que lo reconocen.

Fue el pequeño Anakin Skywalker en La Amenaza Fantasma, película que grabó con diez años. Pudiera parecer que de aquella experiencia surgió una brillante carrera y una vida acomodada, pero no fue así.

Siendo un niño, sufrió el estrés de maratonianas sesiones de entrevistas durante la promoción de la película. En el colegio, los compañeros le hacían bullying y fue tal la presión a la que se vio sometido que llegó al extremo de destruir todos sus recuerdos de la saga, negándose a visionar, una vez más, la película.

Lloyd desarrolló esquizofrenia paranoide. En 2015 fue detenido tras una persecución policial en coche en la que presentó resistencia a la autoridad. El incidente se viralizó cuando el vídeo se difundió en las redes sociales.

En 2016 fue internado en un centro psiquiátrico para recibir ayuda profesional y poco más se sabe de su vida. 

Denuncias de hijos a sus progenitores

No me consta que en España se hayan dado casos de hijos que hayan denunciado a sus progenitores por su sobreexposición en Internet cuando eran menores, que se darán más pronto que tarde. Por el contrario, constan varios casos en otros países.

En Italia, fue sonada la causa 39913/2015 del Tribunal de Roma que condenó a una madre a pagar a su hijo de dieciséis años la suma de 10 mil euros, tras demandarla por la constante exposición que hizo de su vida en Facebook. Además, se ordenó la desindexación de los buscadores y la cancelación de las redes sociales de imágenes, vídeos y datos de carácter personal del menor (haciendo clic aquí pueden acceder a la sentencia).

Otro caso sonado, se resolvió en los Países Bajos, el 1 de octubre de 2018, por el Tribunal del Distrito de La Haya que condenó a una «influencer» a no hacer público cualquier contenido en el aparecieran sus hijos de dos y cuatro años. El tribunal argumenta que, dada la corta edad de los niños, no resulta posible que éstos sean conscientes de haber estado expuestos «a comportamientos de intimidación o ridículo por parte de terceros, en particular compañeros», si bien pudiera ser el caso si las imágenes y vídeos no se retiran de Internet. A fin de asegurar el cumplimiento de la condena, el tribunal le impuso a la demandada una multa coercitiva de 500 € por cada día que no cumpliera con la orden de retirar el contenido de los menores hasta un máximo de 25.000 €.

La denuncia la interpuso el padre de los menores, al considerar que la difusión pública de la imagen de sus hijos en las redes sociales de su madre vulneraba su derecho a la privacidad y podía causarles perjuicios graves a los niños en el futuro. Con todo, el tribunal permitió a la madre seguir publicando contenido de sus hijos en sus redes sociales con la condición de que el perfil de éstas fuese privado y no tuvieran más de 250 seguidores, que muchos me parecen. Pueden consultar la sentencia aquí.

Francia ha dado un paso al frente con un proyecto de ley que quiere obligar a que los ingresos procedentes de la explotación de la imagen de los menores se ingresen en una cuenta bancaria de la que solo puedan disponer los propios menores a partir de los 16 años. Me parece una idea excelente, pero elevando la edad a los 18 años.

Quizá en Francia han recordado el caso de Jordy Lemoine. Un niño de cuatro años que ostenta un récord Guiness por convertirse en el cantante más pequeño en obtener un número uno en la lista de ventas. Los padres del pequeño Jordy lo llevaron de gira, en menos de un año, por Europa, Estados Unidos, México, Japón, Corea y Hong Kong, además de hacerle grabar tres discos. Pasados los años, Jordi descubrió que su padre había dilapidado todo el dinero que él había generado. 

Conclusión

Cada cual puede tener su opinión, pero un menor no es un producto con el que comercializar ni un juguete para compartir ni un coche del que presumir.

La obligación de los progenitores es procurar a sus hijos bienestar y permitirles que desarrollen su personalidad en libertad y no exponerles a la mirada crítica de terceros, así es que muchos terminan siendo «juguetes rotos».

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